sábado, septiembre 19, 2009

Fresas y limones.

Desde aquel día Barcelona ha cambiado mucho. Con sus grandes ojos cafés y su mirada más serena Barcelona camina entre la malesa de la noche. Sus pasos firmes y controlados allá, perdidos en la lejanía de un suelo seco y ruidoso; un viejo pantalón roto, unas botas negras y una hermosa chamarra de piel son lo único que necesita para esta noche.

A sus veinte años es considerado por los lejanos observadores como un poderoso tirano y un despiadado asesino; aquellos más cercanos lo miran como contemplando un cuadro surrealista esquizofrénico de un pintor ciego. Cada parte de él está alejada la una de la otra. Cada pequeño destello de cordura es sólo un pretexto más para pensar e indagar un poco más sobre él.
Esta noche, como la mayoría, luce tranquilo. Camina lejano en medio de una calle abandonada hacia una pequeña casa en la que sólo luce el destello de una lámpara de aceite que arde en la entrada. Ahí dentro se mueven sombras y camina gente de un lado hacia otro formando imágenes de calaveras que sobresalen entre las cortinas.

Al llegar a la puerta de aquella casa Barcelona se detuvo un instante. Miró una pequeña puerta de madera desgastada que era la entrada de una casa que a la luz de la noche había perdido casi cualquier rastro de color. Pequeña, hecha con adobe de color rojo y perdida en medio de pasto y maleza, la casa se sostenía en pié casi orgullosa y resignada.

(toc, toc...) Se escucha el golpear de una ligera mano sobre la puerta, es él llamando. Se abre la puerta y una mujer lo recibe.

-Buenas noches-. Ella lo miró y pudo notar el cansancio que lo acompañaba.- ¿Te ha sido difícil el camino? Luces algo cansado- Es la ligera voz de una mujer de veinte años.

-Tan cansado como siempre-. La voz ronca de Barcelona le responde como si nadie hubiera preguntado. En seguida dió unos pasos adelante, se quitó la chamarra de piel y la colocó sobre un viejo sofá en el fondo de la sala.

-Te he extrañado mucho, bueno, más bien a... ya sabes. ¿Por qué no habías venido antes?- Continuó la mujer.

-He estado ocupado, las cosas han cambiado un poco. Hace poco volvieron los duendes a mi casa y ahora casi no concilio el sueño-. La mujer, de una estatura media, había empezado a preparar café dejando sólo y a media luz a Barcelona, que al no encontrar otra cosa que hacer sólo miraba el suelo. De espaldas hacia él, Selene utilizaba un vestido blanco lleno de algunas flores dibujadas a mano; el cabello negro recogido sobre su cabeza y algunos mechones de pelo que caían a los costados. Debajo de aquel vestido sólo restaba ella.

Él no pudo evitar levantar la mirada y debajo de la luz de la vieja lámpara de aceite sus ojos brillaron de nuevo. Verdes, grandes y perdidos los ojos bajo aquellas cejas negras y tupidas parecían volver de algún otro lugar.

Ella sintió sus manos rodeando su cintura, desatando el lazo que sostenía el vestido sobre sus hombros y la respiración entre cortada de un hombre que no era el mismo que había entrada hace unos instantes. Cerró los ojos y las manos de aquel hombre se deslizaron lentamente recorriendo el viejo vestido blanco hasta encontrar las piernas y los muslos de ella. Impaciente, sonriente, triste y con los ojos cerrados, ella volteó; quizo contemplar de nuevo aquella mirada que durante tantos días había recordado y a la que sus garras se aferraban en los más horribles de sus sueños.

-Te he extrañado tanto-. Sobre su rostro se dibujo la silueta de una sonrisa que, entristecida por los recuerdos de una lejana muerte, volvió a brillar en medio de las calaberas danzantes de las ventanas.

-¿A mi? Pero si nunca me he ido de aqui. Lo que pasa es que a veces no recuerdo el camino de regreso-. Barcelona miró de nuevo y profundamente se buscó a él mismo en el reflejo de los ojos verdes y azules de ella. Miró y encontró, de nuevo, en el reflejo de aquellos ojos adiamantados el reflejo mismo de sus nuevos ojos verdes, locos, tiernos, alegres y brillantes; esos ojos que no eran suyos sino de su hermano mismo. Miró y sonrió, orgullozo, quizá ciego, y luego se dejó llevar; había dejado de ser él.

-No me quiero volver a ir. Los lugares por los que he vagado son tan solitarios y aquí soy yo, antes de las víceras y las explosiones. Aquí hay más luz, pero si quieres te llevaré conmigo-. Susurró al oido de aquella mujer. -Aquí volveré a ser yo, correré, jugaremos y sonreiremos como siempre-.