martes, marzo 24, 2009

Selene.

Aquel ser, impenetrable, sólido y deambulatorio se movía entre el pasto y los arbustos de mi viejo patio. Daba un paso mirando hacia todos lados, se detenía y volvía a mirar. Al principio pensé que era un sueño o uno de esos monstruos que suelen vagar en las noches por los lugares desolados, así que no le presté mucha importancia; sin embargo, y a diferencia de los monstruos nocturnos, este ser dio un par de vueltas, reconociendo, olfateando buscando algo entre las plantas y mi jardín y, entre la noche, pude escuchar leves suspiros y sonrisas.

La sombra en cuestión pronto tomó forma de un pequeño humano como aquellos que suelen caminar por las calles a medio día formando hileras de interminables paraguas y vestidos negros, pero este humano era algo diferente a lo que yo me había acostumbrado ver.

La noche seguía reinando pero faltaban pocas horas para que el Sol marcara el inicio de un nuevo día. Mi sueño había sido interrumpido por los constantes movimientos y sonidos de una pequeña niña de lindos ojos marrón y pequeño vestido amarillo que entre la noche vagaba por mi jardín. Aquella pequeña sombra amarilla y marrón, luego de meditar y asegurarse que todo estaba en orden dio un pequeño salto hacia mi árbol, trepó como un pequeño gato entre las ramas y subió ligeramente entre hojas y espinas hasta llegar lo más alto que pudo. La última rama estaba a unos pocos centímetros de mi edificio y la pequeña niña finalizó su recorrido con un gracioso salto hasta uno de los balcones del viejo edificio abandonado. Con un elegante movimiento tomó asiento en el borde de aquel balcón, sacó de una bolsa que colgaba a su costado unos binoculares negros que estaban sujetos por una cuerda negra de cuero, los limpió y se aseguró que no habían sufrido daño alguno en aquel subir de árbol. Cuando se asomó por ellos miró el árbol y luego miró justo hacia donde yo estaba; pareció mirarme un poco y luego siguió mirando hasta enfocar su vista en el cielo de aquella madrugada de invierno.

Pasaron unos instantes, unos cuantos suspiros y luego volteó un poco más arriba y empezó a examinar el cielo nocturo. A diferencia de lo que se podría pensar de una niña sentada en medio de la noche, ella no parecía lucir cansada, o extrañada, es más, lucía más bien despreocupada y muy tranquila. Situada a pocos metros de mi hogar, ella parecía tararear una pequeña melodía; suave, hipnótica levemente iba inundándome con un pequeño supor.

-¡Hola!- dijo ella, al parecer, dirigiéndose hacia el cielo, o el aire o a alguién sentando junto a ella y yo un poco hipnotizado aún sólo pude voltear un poco la mirada hacia un lado suyo, arriba y abajo y no logré encontrar a nadie más.

-¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?- dijo ella luego de un instante.

Fue una situación muy rara. Nunca antes había escuchado hablar a un humano. La mayor parte del tiempo sólo corren por la banquetas o conducen sus autos en medio de avenidas yendo de aquí para allá, al parecer, sin sentido alguno. Algunas ocasiones he podido mirar a algunos humanos hablando, comiendo y dejando migajas y restos de comida que son los alimentos que salgo a buscar en las mañanas. A pesar de haberlos conocido hace mucho tiempo, sus voces son más bien una mezcla de sonidos guturales y gruñidos que sólo ellos parecen entender. Mi padre decía que los humanos eran los seres más tristes de todos los que habían sobre la tierra; no sabían cantar y no podían volar, así nunca supe nada de ellos hasta esa noche.

-¿Qué pasa, no sabes hablar?- la pequeña niña dejó de mirar por sus binoculares, los colocó junto a ella y luego miró hacia mí.

-Mi nombre es Selene- murmuró ella - y tú... ¿cómo te llamas?- me preguntó y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.

-¿Mi nombre? - qué era un nombre -... no lo sé. - dije, y entonces el silenció gobernó sobre mí.

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