jueves, marzo 19, 2009

Albanene 0.1

Luego de un recorrido nocturno todo parecía normal. El sonido de los autos al pasar y el aire que estos movían era el último impulso que necesitaba antes de llegar de nuevo a casa. Había sido una mañana normal, común como todas las demás. Mis alas negras y cafés, extendidas bajo la luz de un medio día perfecto sostenían mi cuerpo rodeado de plumas y migajas de pan. El viento soplaba y este refrescaba mis ojos, surcaba dentro de un pico amarillo, rodeaba mi cuerpo y volvía a impulsarme hacia adelante, de nuevo a casa.

No pasó mucho tiempo antes de llegar de nuevo a aquel árbol donde algún tiempo antes había podido esconder una construcción de paja, hilos y restos de basura que se volvería mi hogar. Ahí, escondida en medio de espinas estaba mi descanzo. Volé un poco sobre el charco de siempre, ese que se llenaba con la gotera de una vieja tubería y que nadie antes, ni después, se atrevería a reparar. Bebí, mojé mis plumas y con un poco de paciencia y algunas sacudidas pude quitar de encima de mí los últimos rastros de una mañana de trabajo. Es difícil entender la vida de un ave como yo. Cuando suelo platicar de todo aquello que realizo durante la tarde, aquellos con los que platico suelen aburrirse luego de algunos minutos. Tendrían que pasar varios años de una vida aviaria antes de poder entender el por qué del aburrimiento de algunos.

Como sea, luego de mi incesante búsqueda alimenticia y de una limpieza extenuante llegué de nuevo a mi nido a continuar con mis deberes. Como toda buena ave que sea como yo y que sea digna de ser considerada un orgulloso portador de una alas, empecé con la honorable tarea de recontar, reorganizar y fortalecer mi amado hogar. Como solía decir mi padre cuando yo apenas era un polluelo: "Un hogar firme es un hogar feliz y hogar firme sólo puede lograrse recontando, reorganizando y fortaleciendo las bases del hogar." Así, cuando pude por fin encontrar el árbol que sería mi nuevo hogar y vida, cuidé todos los días de llevar a buen fin aquella encomienda de mi padre. La tarea, a pesar de aparentar ser difícil y engorrosa, me resultaba sencilla. Así que empece por quitar una pequeña madeja de hijo azul del lado izquierdo del nido, lo desenredé con un movimiento de cabeza y plumas y lo coloqué en el otro costado del nido; luego una pequeña rama, un poco de pasto y algodón pasaron por el mismo proceso. Cuando terminé de quitar y reorganizar até todo nuevamente con un poco más de fuerza que el día anterior y como un pequeña máquina de coser junté todo en el lugar que antes estaba, agregando un poco de nuevo material, lodo y saliba. Luego de hacer esto con la parte este lo hice con las siguientes: norte, sur y oeste. Finalmente el trabajo de ese día terminó y como pude comprobar mi nido era aún más lindo que al comenzar aquel día.

No tardó mucho en caer la noche. Los autos dejaron de pasar y el ruido cesó un poco. Tomé un poco del trozo de galleta que había estado guardando dentro del nido y comí; bajé de nuevo hacia mi almacén de agua y de vuelta. Había llegado la hora de mirar y cantar a las estrellas. Cuando había pasado algún tiempo desde que nací, mi padre me dijo que sólo las aves habíamos sido creadas para contemplar el cielo y cantar a las estrellas. Así, cuando crecí y encontré calor en mi nuevo hogar, nunca pude olvidar las palabras de mi padre y todas las noches subía a lo alto de mi edificio, y digo mío porque gracias a mi seguía en pie, y tomé un lugar a la orilla junto a las demás aves que cantábamos al cielo. Cerré mis alas, alcé mi pico, tomé un gran respiro y con mi voz canté a las estrellas. El resto del coro se unió a mí y fue una noche de lindos cantos y suaves voces de aves que miraban las estrellas y que con toda su fuerza alzaban su voz.

Al finalizar aquella noche todas las aves nos dispersamos y cada uno partió a su hogar. Descendí hacia mi hogar en una tibia corriente de aire, avancé entre las espinas de aquel árbol y finalmente había llegado el tiempo de dormir. Tomé un último sorbo de agua y atrapé una pequeña araña que se introdujo a mi nido. La noche había terminado, el sonido de las personas caminando por la calle, las luces altas de camiones y autos poco a poco se habían ido reduciendo hasta casi desaparecer. Contemplé las estrellas por última vez y aquella noche cerré los ojos y finalmente pude descansar.

Casi al finalizar la noche: un ruido. Mis alas se movieron respondiendo a algún otro movimiento. Había silencio y oscuridad así que no pude reconocer la figura que curiosamente se movía entre las sombras y luces artificiales de unas viejas lámparas. Tardé un poco en poder fijar mi mirada en aquel animal nocturno. De conocer el destino que me esperaba quizá nunca hubiera descendido de mi nido.

No hay comentarios.: